miércoles, 11 de diciembre de 2013

Detalles que dan razón de vida.

Hace unos días, un simple detalle volvió a demostrarme por qué me metí en la carrera de psicología:

Llegaba tarde.

Caminaba por la calle, para llegar a una cita con mi pareja, así que intentaba aligerar el paso lo más que podía; por una de las intersecciones, iba caminando una muchacha, que llegó a la misma calle por la que yo discurría; durante un rato, estuvimos caminando a la par, con ritmo de paso similar; no podía verle la cara, su pelo largo cubría su perfil por completo. Pero podía oír su llanto; podía oír cómo sus lágrimas caían al suelo; podía oír cómo mi corazón se estremecía.



Llevaba prisa.



Una desconocida estaba caminando a mi lado, llorando, secándose sus lágrimas a medida que avanzaba, y yo, estaba experimentando su dolor; no conocía su circunstancia, ni su forma de ser, ni si había tenido una pelea, ni si había discutido con su pareja, (si es que la tenía). Pero sentía su dolor; sentía sus lágrimas caer por mi piel.



No podía detenerme.



Sentía la necesidad de hacer algo por ella; aunque sólo fuera preguntarle que si estaba bien; pero antes de darme cuenta, nuestros caminos se separaron en la siguiente calle; unas amigas acudieron a su encuentro y sentía que ellas, ya haría por ella lo que fuera, mejor de lo que pudiera haberlo hecho yo.



Pero el dolor que sentí era real.



Poder ayudar a personas como aquella muchacha que lloraba; intervenir en el dolor de personas completamente desconocidas, pero cuya felicidad también ha de ser merecida; aprender las habilidades necesarias para que todas esas personas que sufren tengan esperanza y encuentren el camino de la vida que desean.




La psicología: una buena razón para vivir.


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